lundi 17 janvier 2011

15.

     Nos quedamos solas, como tantas otras veces. Y como tantas otras veces, me comía mis nervios a flor de piel. Mis dudas, escritas con las letras de todos esos bocetos de historias que habian acabado arrugados y heridos, llorando en la basura, al final querían estallar.
    Antes de empezar la película, Komugi me ofreció su comida, pero me alimentaba más el aire que le rodeaba. Recogió su pelo en un pequeño moño alocado. Su pelo negro, negro tan negro que hacia palidecer mis ilusiones. Era una geisha, con su dulce piel, con sus ojos tristes, con su boquita tan muda, con su cuello esbelto, sus hombros vergonzosos, sus pechos pequeños...
    Claro que ella sabía que le miraba de reojo, claro que cazó alguna de mis miradas furtivas, claro que le gustaba, claro que le hacia sentirse bella. Claro que fue ella la que callada extendió su mano a mi pierna, recogida en el sillón.
    Solamente Komugi podía adivinar que sentía, que se ocultaba bajo mi mirada, bajo mi falsa sonrisa.
    Me acerqué, y le miré en esos dos pozos que tenía por ojos, de pestañas espesas y perezosas. Dejamos de oir la música exaltante de Requiem for a dream, para mezclarnos... ¿y qué coño importaba esta sociedad? ¿Eras tú, jodida sociedad, la que pensaba acunarme esta noche? ¿la que me hiciera sacar fuerzas de donde ya no quedaban? ¿ Y que más daba que fueramos dos mujeres? Fueron sus caricias en la cintura, como jugaban sus manos pequeñitas a bajarse de mi ombligo, cómo me susurró en la nuca, lo que me hizo sentir viva ese día. Y besar sus labios tiernos, y creer que no quedaba nada que nos pudiera salvar, y que quizas fuera verdad que la piel no entiende de sexos.









(un pequeñito texto, para decir NO a la homofobia, y sí a la libertad de expresión)

1 commentaire:

Dicen que el frío a nadie deja indiferente...