yo solo quise creerme que era el único que adivinaba que le pasaba a Sophie por la cabeza. Que era el único que sabía apreciar la belleza de sus secretos de muñequita rusa, que ella sabía esto, y solo yo tenía el poder de hacerla sonrojar.
Pero ella, aunque me seguía el juego, y escribía en paginas de diario que solo yo sabia hacerle sentir el amor, no sabia quien era, ni qué quería. ( y aunque yo tampoco lo sabía, yo no era tan valiente entonces como para preguntarmelo) A veces me lo confesaba, en las amargas horas de la madrugada, cuando le entraba el miedo de que amaneciera un día nuevo y no saber que hacer al levantarse. "Muestrame como soy" me decía, y yo no sabía hacer otra cosa que mirarle a sus grandes ojos de niña, y darle un beso de los tiernos, casi tanto como ella.
Cuando la veía tan perdida me venía la tristeza. Ella era mi pequeña Oliver Twist, solo le faltaban las manchas de tizón en las mejillas. Un día quise que ese fuera el primer asunto que resolviera en mi vida (y quizás el último, ¿por qué no?). Me levante decidido, con la mandibula apretada, y mirada de hombre.
Fui directo a esa papelería de la esquina, la de las estanterias de madera, y compré un gran mapamundi, de esos de colores, de los que pegaban a la pizarra en la escuela.
Pegué sus fotos sobre Paris, Londres, Tokio, la savana, el circulo polar artico, nuestra Barcelona, una pequeña isla del caribe, Hollywood, Las Vegas, el río Nilo, Túnez, el amazonas... Lo perfumé todo con su aroma, y si te acercabas podías oir la música de su respiración.
Fui a su casa a entregárselo, fingiendo ser atrevido, y esperando como respuesta que me revolviera el pelo y me diera un beso lento en la mejilla, como hacía cuando hacia algo que le gustaba de verdad.
"ésta eres tu" ponía sobre el mapa con rotulador permanente. Abrío los ojos como platos, y le cayeron lágrimas amargas.
Me di cuenta de mi error: no era resistente al agua
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Dicen que el frío a nadie deja indiferente...