No es que pidieramos milagros. Que ya nos creíamos adultos, y sabíamos que de esos no existían. Pero siempre nos quedó la duda de si podría haber sido algo más ¿no? Eramos siempre los mismos, buscando en el ruido la banda sonora de nuestra vida, buscando en las caricias algo que nos hiciera sentir.
Amelia, nuestra niña bonita, siempre la quisimos proteger de todos los males, era esa debilidad que transmitía, y sin embargo era la más fuerte de todos, y nunca vimos resquebrajarse su carita llena de pecas de porcelana. Y ella y Adrián, el chico Rock, cómo se amaban en sus silencios, cómo se amaban sin saberlo. Uno de esos secretos a voces que lleva el viento. Él era nuestro chico, nuestro hombre, siempre con su cazadora de cuero demasiado grande, nos protegia a todas de nosotras mismas, o al menos eso le hacíamos creer. No queriamos que se sintiera mal. Cuánto los pude echar de menos, casi tanto como lo hago ahora. Sobretodo a Komugi, nuestra pequeña geisha, con sus manos transparentes, siempre tuve miedo de perderla, parecía siempre estar a punto de desaparecer, para que alguien guardara su recuerdo entre algodones; menos cuando reía, cuando reía con ganas y nos salpicaba a todos su alegria.
Cuantas cosas viví con ellos...
Pero que bien escribes. Me encantan tus descripciones :)
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